Rey del Dolor

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La leyenda del hombre de traje y sombrero blancos


Ahora que estoy a punto de hacer algo importante con mi vida me viene a mi débil memoria una antigua leyenda que mi abuelo me narraba cuando era yo pequeño.

Esa antigua leyenda contaba que existía un peculiar hombre que siempre vestía un elegante traje blanco y un bonito sombrero del mismo color. Este hombre quien nadie sabía su nombre, nadie conocía su pasado pero siempre iba impecable paseando por las calles de la ciudad.

Mi abuelo me contaba que este hombre le encantaba caminar por cualquier calle de Madrid y cuando veía alguna persona que pudiera necesitar su ayuda, el amablemente se acercaba y le echaba una mano para solucionarlo.

Mi abuelo también me decía que en todos los años que llevaba en Madrid nunca consiguió verlo por sus calles pero si conoció algún viejo amigo que tuvo la suerte de cruzarse con este peculiar hombre.

La leyenda que mi abuelo contaba sobre ese hombre de traje y sombrero blancos era, que caminaba siempre solo con la cabeza alta y silbando alguna antigua melodía mientras el resto de la humanidad hacían sus pasos cabizbajos dirigiéndose hacía sus grises y monótonos trabajos.

Este peculiar hombre mientras se paseaba por las frás calles de Madrid saludaba muy educadamente y con una blanca sonrisa a todas las chicas jóvenes, y no tan jóvenes que por su camino se cruzaban.

De repente, en uno de sus paseos, alzo la mirada al cielo gris otoñal de Madrid y vio una pequeña figura de un hombre en lo alto de una azotea. Le pareció ver que aquel hombre estaba dispuesto a quitarse la vida lanzándose al vacío.

El hombre de traje y sombrero blancos no dudo y busco con rapidez una entrada al edificio donde aquel individuo estaba en su azotea. Solo buscaba ayudar a ese hombre que pretendía suicidarse.

El edificio era ya viejo y constaba de diez pisos, todos ellos llenos de pequeños apartamentos y alguna que otra pensión. El hombre de traje y sombrero blancos entró al edificio por la entrada principal y cogió el viejo ascensor que le llevo hasta la décima planta y desde allí subió por la escalera de incendio situada en el exterior del edificio.

Allí encontró de pie y al borde de la azotea a la persona que pretendía tirarse pero aun él veía que el suicida dudaba de sus intenciones.

El hombre de traje y sombrero blancos se acerco sigilosamente a donde estaba situado el suicida que aparentaba unos treinta años, moreno, delgado y que su rostro era poblado por una barba de tres días.

Aun el suicida no se percataba de la presencia del hombre de traje y sombrero blancos y lo único que hacía era fijar la mirada al horizonte como si su mente estuviera en cualquier otro lugar menos en esa azotea.

-¡Hola!-. Saludo el hombre de traje y sombrero blancos. -¿Cómo te va el día?-. Pregunto amablemente.

-¡Joder!-. Se altero el suicida. –Ten cuidado, casi me matas del susto-. Dijo gritando.

-Perdona chaval, no pretendía asustarte-. Dijo sonriendo el hombre mientras se sentaba al borde de la azotea, a pocos metros del suicida. –Solo venía por aquí, a tomar el aire-.

-Pues vienes en mal momento-.
Dijo nervioso el suicida muy molesto por la presencia perturbadora de aquel hombre. –Por si no te has dado cuenta, prefiero estar solo-.

-¡Tranquilo tío!, tú a lo tuyo que no quiero molestar. Pero me reconocerás que desde aquí hay una vista cojonuda de la ciudad-.
Dijo el hombre señalando la ciudad que estaba frente a ellos.

-Ya, seguro. Me gustaría que no te acercarás más, me pones nervioso. Mejor, podrías largarte, hay mejores azoteas que esta para ver a esta puñetera ciudad-.

El suicida le miraba con gesto enfadado pero el hombre de traje y sombrero blancos no le hacía el menor caso y seguía hablando con los ojos puestos en el cielo gris y otoñal de Madrid.

-No te preocupes por mí tanto, no soy tu Salvador…pero si quieres charlar, no me importa. Se está bien aquí arriba aunque solo le falta una birras, ¿no crees?-.

El suicida ya cansado de ver que aquel extraño y peculiar hombre no tenía ni la minima intención de irse, así que se resigno.

-Es verdad, no estaría mal un par de cervezas ahora-.

-Tengo una curiosidad, ¿Por qué quieres morir?-.
Pregunto el hombre.

El suicida que seguía al borde de la azotea miro hacía el suelo y le contesto con amargura.

-Son muchas las razones. Hace poco la que era mi novia, la que creía mujer de mis sueños y madre de mis futuros hijos, me abandono y creo que ahora está con un completo gilipollas-. Y saco una foto de ella que tenía guardada en el bolsillo de atrás del pantalón

-¿Solo por eso?, hay muchas chicas que estarían deseosas de estar con un tío como tú-. Dijo alegremente el hombre.

-Ya, pero yo la quiero a ella-. Le dijo enseñándole la foto. –Pero no es solo por ella, me han despedido del trabajo, me han echado del piso donde estaba y he caído en una vida gris y tétrica que no consigo salir de ella. Además tengo la sensación que haga lo que haga lo haré mal y ya no se como acertar-. Le contó entre lágrimas.

-La verdad, que si lo pones así, es para suicidarse-. Le reflexiono el hombre de traje y sombrero blanco sin perder la sonrisa.

Poco a poco el hombre se acercaba al suicida sin que este se percatará.

-Siempre debe haber una razón para vivir-.

-¿Cuál?, yo ahora soy incapaz de hallarla y para estar jodido como estoy prefiero acabar con todo-.

-Así que buscas la solución más fácil-.
El hombre ya estaba a la altura del suicida. -¿Sabes una cosa?-. Le preguntaba mientras se ponía de pie junto a él.

-¿Qué debo saber?-. Dijo el suicida que giro la cabeza para mirarle y de repente su gesto de tristeza pasó a ser de terror cuando vio de cerca el rostro del hombre de traje y sombrero blancos.

-Me gustan las soluciones fáciles y ayudar a ello-. Y el hombre de traje y sombrero blancos empujo al suicida hacia al vacío. Este agitaba los brazos y gritaba en su caída mientras veía alejándose la figura del hombre que le había empujado riéndose a carcajadas.

El suicida cayó a plomo sobre el techo de un coche aparcado junto a la entrada del edificio. El hombre de traje y sombrero blancos observaba todo desde la azotea. Sonrío y se quito el sombrero en señal de luto. De su frente sobresalían unos pequeños cuernos rojos.

-Una pobre alma con otro pobre final. Otro redil para la causa-. Se puso el sombrero para ocultar así sus dos protuberancias de la frente.

Cuando ya iniciaba su vuelta vio la foto de la que fuera novia del suicida. La recogió y de nuevo sonrío.

-No valía la pena morir por ella, ni por ninguna. Tú te merecías algo mejor que esta simple niñata pero elegiste este camino y yo te he ayudado -.

Bajo por las escaleras interiores, no tenía prisa. Paso por delante del cuerpo inerte del suicida tirándole la foto.

-Tiene nombre de princesa muerta, no te preocupes, ella pronto te acompañará.-. Y comenzó de nuevo su paseo por Madrid silbando otra antigua melodía.

Y me viene esta vieja leyenda a la cabeza por que ahora estoy subido al bordillo de una azotea de un edificio de diez plantas con la foto de la que fue mi novia en el bolsillo de atrás de mi pantalón. Ahora ella está con otro y yo solo soy vago recuerdo.


Mientras observo el cielo gris y otoñal de Madrid, me preparo para caer al vacío pero antes debo recibir una visita. Se que ese hombre de traje y sombrero blancos acaba de llegar, notó acercarse por detrás de mí. La leyenda está a punto de cumplirse.

-Te estaba esperando, Azrael-.

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