Rey del Dolor

martes, 15 de marzo de 2011

El arte de las cartas


Ya cae una nueva tarde convirtiéndose lentamente en una gélida noche de invierno intenso, pero no será otra una noche cualquiera perdida en el tiempo inútilmente frente al televisor ingiriendo cerveza tras cerveza. Esta noche no será así, ya que hoy he decidido salir del trabajo un poco antes de lo normal, tengo una gran cita en esta noche mágica invernal con el mundo de las cartas, hay una grandiosa partida de póquer en la ciudad y allí tengo que estar yo, podría mi vida cambiar con ello.

Algo de dinero ahorrado tengo guardado para cuando llegase este día, es mi oportunidad pero se que no será fácil lograr lo que tengo en mente. Hay demasiada gente hambrienta de ver sangre bisoña correr por las mesas, pero yo tengo algo a mi favor. Aquí nadie me conoce, les dejaré pensar que soy presa fácil para esos animales hambrientos y poco valgo para jugar en este arte del juego de las cartas.

No soy ningún profesional, pero tengo un don para ello, siempre lo he sabido y ahora toca explotarlo. No pretendo con las cartas ganarme la vida con ello, pero tal vez juegue solo por placer, pero tal vez, en el fondo, también juegue por ser una de las pocas maneras de sobrevivir en este encarnizado mundo que me ha tocado vivir y así poder romper con mi frustrada vida que llevo desde que nací.

Se que algún día llegará mi gran momento y ese podría ser en esta noche fría de invierno. Me espera una ambiciosa partida de cartas en la cual tengo intención, no solo de participar, sino también de ganar.

Entro decidió, mi cuota pagada me lo permite, sin mostrar nada miedo a los presentes y los ávidos de ver la partida de póquer empezar.

Observar y estudiar cada individuo, son todos ellos mis engreídos contrincantes, que hay en el gran salón donde se celebra esa gran partida de póquer. Son como lobos codiciosos esperando a su frágil presa y evocar a las más débiles mentes a perder el dinero que cada día ganan trabajando.

Las mesas están atestadas de pobres almas recelosas que buscan preservar algo que ya perdieron hace tiempo. Esperan ansiosos que las cartas balien por las mesas, la partida de póquer del siglo ha comenzado y en ella estoy yo.

Con sigilo se reparten las cartas tras un metódico barajo, es una fina meditación donde entre carta y carta se entrecruzan las rabiosas miradas de los jugadores. Se lanzan las apuestas, se recogen las fichas y los perdedores inclinan la cabeza y huyen maldiciendo su suerte por ver como todo su malogrado dinero cae en manos de perversas almas inhumanas rompiendo las suyas como el cristal sin remordimiento alguno.

Nadie juega sin sospechar, la imaginación te hace ver malas jugadas. En los demás nunca se debe confiar, vacilar puede ser tu cruel y definitiva sentencia. Tal vez no se juegue por dinero, ni siquiera por respecto. Es el juego para poder sobrevivir y dejar de sufrir.

El ambiente se aviva, solo los mejores van subsistiendo y las apuestas van en aumento todos buscan cuando más pasa el tiempo. No se puede ir de farol, cualquier detalle te descubre, es morir sin apenas luchar.

Con sosiego se estudian los contrincantes y sus cartas juegan en extraños movimientos para hallar una única solución que te haga triunfar y conseguir el dinero de tus fieles enemigos. Las miradas van de un lado a otro, son como afiladas flechas que se clavan en los corazones de tus adversarios en busca de algo que te delate y con ello apuñalarte hasta encontrar tu final.

La santa geometría del cambio de cartas, el derecho de poder ocultar cualquier arma en la manga. Un cometido muy probable, es el baile de números donde el nombre de cada uno se puede hallar y destruir. Miedo hay en todas las miradas, así es el juego del azar, ahora frías y luego desafiantes mientras van pasando las partidas una tras otra. Las miradas empiezan a cambiar, distantes y punzantes como el hielo, se vigilan sin ocultarse unas a otras.

De nuevo se reparten las cartas con cautela para comenzar otra partida, tal vez la última, cada vez queda menos jugadores. Algunos ya arruinados, otros, en su mayoría, humillados. Yo aun permanezco intacto en la mesa de juego sin haber enseñado todas mis armas para el juego de este arte.

Las picas son como las espadas de los soldados que con un metal en su punta envenenada son clavados por la espalda a sus más nobles enemigos.

Los tréboles son armas para esta despiadada guerra donde solo debe haber un ganador y muchos derrotados. Es el arte de este juego, donde todos buscan encontrar su diamante y convertirlo así en su único y fiel aliado.

La desesperación de no salir derrotado, no llegar a acariciar los límites de la mente, pero todos al final terminan jugando con el fuego. Solo la suerte puede ser tu gran aliada pero nunca llega a tiempo. Ningún movimiento precipitado realizar, evitar sudar, nunca debes dar pista a tus contrincantes de mesa, cualquier falso movimiento puede llevarte al camino de la perdición.

La última apuesta, la más grande de todas y mi última parada. Solo quedamos dos, uno frente a otro, solo uno será el ganador de esta partida de póquer.

Nuestras miradas se cruzan, ningún detalle se debe expresar, vacilar sería mi muerte. No soy hombre de muchas caras, ahora mi rostro solo lleva una única mascara gris.

Pongo todo mi dinero sobre la mesa de juego, si pierdo estoy en la ruina. Mis manos están heladas, mi mente debe permanecer fría, de esta mano se juega todo mi futuro y todo mi pasado.

Observo mis cartas con lentitud, no debo ponerme nervioso. Los cinco corazones que poseo me dan la gran esperanza de poder vencer y conquistar así la que dicen la tierra prometida que ahora ya no esta tan lejos de mis manos.

No hay vuelta atrás, el tiempo transcurre muy despacio. Ningún síntoma de debilidad, ahora o nunca. Ambos apostamos todo, viendo como toda nuestra vida pasa por delante y en un solo suspiro todo puede cambiar.

Ambos mostramos nuestra jugada, el corazón late a mil, no me imagino no perder. Se que tengo la mano ganadora, yo seré el único ganador de esta partida.

Las cartas caen sobre el tapete, mientras veo los ojos de mi contrincante caer al vacío al ver que mis corazones se imponen a sus picas, su dinero ahora es mi dinero, su alma abatida sucumbe a mis pies, no debo tener ningún remordimiento por ello, es una atroz guerra donde sólo uno podía quedar vivo.

Recojo todo lo ganado durante la noche a mis afligidas víctimas. Ahora una gran sonrisa blanca marca mi acalorado rostro, me relajo tras horas de máxima tensión, ya todo esta hecho. Hoy hay una gran mágica noche invernal para empezar una nueva vida.

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