Rey del Dolor

jueves, 25 de enero de 2007

El camino


He caminado durante todo el día, desde antes que naciera el amanecer hasta cuando el sol se despide con sus últimos rayos de luz, recorriendo cada rincón y aldea que el camino de Santiago nos ofrece. Estos últimos días, antes de llegar a Santiago, mi recorrido ha estado flanqueado por el animoso viento y la tenue lluvia. Una etapa severa, de las más complicas, pero ya queda menos para nuestra meta que no es otra que la ciudad mágica de Santiago y allí conseguir la compostelana. Es unos de los premios, pero no el más importante, de llegar a Santiago después de recorrer cientos de kilómetros incluso siempre te encuentras algún peregrino que ha sido capaz de hacer miles de kilómetros andando, con el único cometido de llegar a su culminación.

Gente de cualquier país es capaz de recorrer, por distintos motivos, ya sea religiosos, culturales…muchos kilómetros sufriendo, padeciendo simplemente por el placer de un logro que al menos a mí me reconfronta haciéndome, tal vez, mejor persona y sobre todo conocer mejor a mis compañeros de fatigas y no olvidar la gente que se puede llegar a conocer en el transcurro de la marcha.

La solidaridad que hay entre los peregrinos es algo que solo se puede entender haciendo el camino. Personas de los más peculiares y aspectos, cada uno con un mundo a sus espaldas. También incluso alguno recorriéndolo como penitencia con una cruz a cuestas…algo difícil de creer, pero son las cosas del camino.

Sí algo necesitas, un apoyo, una sonrisa o unas palabras cariñosas, cualquier cosa que te pueda hacer más ligero la caminata… se puede ver a través del camino. Allí nadie encuentra maldad, solo una mano que te haga levantar para continuar andando para llegar a Santiago.

Mis pasos siguen todos los días el sendero que la flecha amarilla propone. Es nuestra guía tenaz que nos acompaña para no perdernos en nuestra marcha por los pueblos del norte de España. Por caminos de tierra, por asfalto ella siempre aparece en alguna pared, cartel… para indicarnos por donde ir y así no descuidarnos en nuestra tarea. Nos hacer percibir la majestuosidad del paisaje, con frondosos bosques, magnas montañas e interminables valles verdes… pero también los inconfundibles pueblos que atraviesa el camino con sus gentes, su cocina… que hacen que esta peregrinación no sea solo algo espiritual o cultural, sino, ser también un viaje gastronómico deleitándonos con todos los productos típicos de esta zona de España y sobre todo de Galicia.

Mis pies sufren en cada etapa, son las consecuencias de tantos kilómetros andados. Están algo magullados, llenos de pequeñas ampollas y alguna rozadura. Los músculos también tienen su parecer, pero con descanso y tal vez un buen masaje todo se hace más placentero. Mis tobillos en los últimos días siempre han terminado hinchados, pero el dolor se tolera. Nada podrá impedir que llegue a mi destino, cada vez queda menos y la ilusión es cada vez mayor.

El camino no es severo, aunque tiene sus etapas de dureza que sumado al mal tiempo puede complicar el recorrido, pero nunca impedirlo. Es una gran prueba de superación, donde la meta de cada día es llegar al albergue donde te espera una cama y una buena ducha de agua caliente. Una vez allí y tras la ducha, viene, tal vez el momento más “doloroso”, la cruel cura de las ampollas. Un sufrimiento que es compartido por todos los peregrinos que en el albergue se encuentran. Unos se quejan más que otros, pero son quejidos que en su mayoría son compartidos.

Dentro del camino y sobre todo en el albergue es un lugar favorable para hacer nuevas camaraderías. Amigos que te ven en tus peores momentos y aun son capaces de darte una sonrisa cada vez que te cruzas con ellos e incluso compartir los quehaceres, las anécdotas… y sobre todo el “martirio” de cada uno en su discurrir por los senderos del camino. Pero siempre tiene que haber una sonrisa en el rostro para animar y no ver el desfallecer de los más lánguidos a la hora de enfrentarse a una nueva etapa. Las historias, cada una única, son la luz para iniciar al día siguiente la caminata de 20 ó 25 kilómetros para seguir nuestro viaje hacía la catedral de Santiago.

Las historias se dosifican entre todos mientras se lava la ropa utilizada en el último día compartiendo lavadora y secadora. Tener la ropa limpia y seca es la mejor forma para iniciar la siguiente etapa en las mejores condiciones. El final del día se remata en la mesa compartiendo cena con el resto de los peregrinos, donde cada uno o en grupo hacen la cena cediendo al resto parte de la misma. Es otro momento místico, de los tantos que uno puede encontrar en el camino, compartiendo lo que cada uno puede ofrecer a los demás, y solo con una sonrisa, sentirse complacido y agradecido.

Tras terminar de cenar, la cama espera. Un merecido descanso tras una dura etapa para recuperar esas fuerzas perdidas para poder seguir andando y disfrutar de una nueva etapa con sus anécdotas, historias, gentes…que siempre son distintas cada día pero siempre se recordaran con una jovial sonrisa en nuestros rostros.

La llegada a Santiago es el momento más eufórico. Cuando llegas a la catedral, todo el sufrimiento se desvanece. Las lágrimas son de alegría, es el premio tras superar docenas de baches, malos momentos… pero eso ya no importa, estas en Santiago junto a los camaradas que iniciaste el camino, que alguno se pudo quedar a mitad del recorrido, e incluso con los amigos que en ella descubriste, que tal vez sean para siempre, pero lo que si es para siempre es la experiencia de haber hecho al menos una vez en la vida el camino de Santiago.

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