Rey del Dolor

jueves, 2 de septiembre de 2010

El último tren


En mi muñeca ya no hay ningún reloj y otro día más que he perdido la noción del tiempo sentado, aburrido, en otro solitario banco de un frío andén del metro. No se cuantos trenes habrán parado delante de mi, no se cuanta gente se habrá sentado junto a mi sin prestarme ni la mínima atención. no me importa, mi mente se ofusca en perderse y yo me dejo vencer por ella. no quiero ir donde ella me manda, aun soy muy débil para esto.

El revoloteo de unos niños a mí alrededor me hace escapar de mi afligida abstracción y los miro con amarga apatía como todo aquello que mi vista alcanza. Todos riendo, gente con prisas y todos sin ver más allá de sus narices, todos perdidos en su propio mundo.

Pasa el tiempo y de allí no me muevo. Cada vez hay menos ajetreo de viajeros en este frío andén. Cada vez tardan más los trenes en venir, cada vez me veo más solo. No se cuantas horas malgastadas llevaré anclado en este gélido banco mirando mi móvil buscando respuestas a preguntas imposibles de contestar. No hay respuesta alguna, ni siquiera evasivas, solo un amargo silencio me acompaña cada vez que intento hacer una llamada al cielo.

Debe ser tarde, la noche debió abrigar ya hace tiempo a la ciudad, ya solo hay en el andén un vigilante de seguridad aferrado a la pared, me observa reciamente pero sin acercarse. Serio en su mirada empieza a caminar al lado contrario de donde yo estoy aun sentado.

El silencio invade poco a poco la estación, es solo interrumpido por la estresante voz de la megafonía anunciando que el próximo tren es el último en pasar está noche. Ese último tren lo tendré que coger si al fin quiero llegar a casa y poder intentar olvidar otro doloroso día que paso sentado en el mismo banco del mismo frío andén desde hace ya más de mes.

Aun faltan diez minutos para que llegue ese último tren. La mirada se vuelve a perder envuelta en una melancolía de recuerdos. Mire donde mire veo siempre unos brillantes ojos azules, siempre bien acompañados por una dulce sonrisa, aquella que nada más verla me hace flotar entre las blancas nubes sujetado para no caerme por unas suaves y pequeñas manos y volando junto a ella hacia donde nadie puede llegar a molestarnos.

Se acerca el último tren, por el túnel se atisba su llegada. Salgo de nuevo de mi refugio, debo cogerlo, aunque antes debe pasar por la estación donde ahora esta su casa.

El tren ya invade la estación y al entrar yo en el vagón compruebo que en mi viaje de regreso no voy a estar solo. Una mujer mayor y menuda me mira con recelo pero enseguida se vuelve a engullir en su pequeño libro. No muy lejos de ella, un hombre robusto y de aspecto cansado lucha por mantenerse despierto, no creo que lo consiga.

Me siento, no hay prisa, el trayecto aun es largo. El tren al fin arranca dejando atrás un frío andén donde he pasado mis últimas horas sin tener contacto con la realidad que me rodea. El tren ya va cogiendo velocidad hacia un próximo destino adentrándose en un túnel escasamente iluminado. Intento no recordar, intento no caer en la tentación utopía que últimamente se ha convertido mi mente.

El tren se detiene en la siguiente estación, aun estoy lejos de mi destino final. Abre sus puertas y se nos añade más compañía en nuestro viaje. Una joven y alegre pareja entran agarrados cariñosamente de la mano. Entre ellos no hay nadie más que ellos mismos. Se sientan alejados del resto de mis compañeros de viaje. Se sienten apartados del mundo, ellos son su propio mundo.

Entre carantoñas, se besan, se acarician…y una envidia me corroe por el alma, no es sana esta envidia que me invade. No hace mucho tiempo yo a ella la hacia carantoñas, la acariciaba y la besaba apasionadamente en este mismo vagón, en el mismo asiento donde la joven y alegre pareja demuestra su amor.

No puedo mirarlos, los recuerdos sobre ella se me clavan como astillas heladas en mi frágil corazón, ese corazón latiente que aun ella tiene guardado en algún cajón de su nueva casa.

Al final alguien me da un respiro, y la joven y alegre pareja se baja en la siguiente estación y agarrados cariñosamente de la mano salen del vagón. Mi alma se queda herida y envidiosa, respira aliviada viendo alejarse aquella pareja que algún día no hace mucho fuimos ella y yo.

Todavía como compañeros de viaje permanece la mujer mayor y menuda enclavada en su pequeño libro y el hombre robusto con aspecto cansado que ya por fin fue vencido por Morfeo.

Este último tren esta cada vez más cerca de su estación, cada vez estoy más cerca de su casa. Ideas, deseos, dudas…penetran por mi mente. No puedo, no debería seguirlos. Contracciones, dilemas…y el tren cada vez más cerca de ella.

¿Estará en casa?, ¿aun despierta? Tal vez ha regresado del trabajo, tal vez aun no se habrás ido a dormir. ¿Estará sola?, o ¿ya hay alguien que ocupa el lugar que tenía yo predestinado en esa cama que juntos estrenamos? Solo de pensar en esa idea los estremecimientos que irrumpen en mí cuerpo son como losas de roca que caen sobre mí dejándome inmóvil sin poder de nuevo ponerme en pie.

El tren se detiene en la estación, las puertas se abren y un impulso violento me empuja hacia fuera cayendo sobre el suelo de otro frío andén. Mis compañeros de viaje ni se inmutan de lo sucedido. Las puertas se cierran y el tren se desvanece rápidamente a través del túnel mal iluminado.

No hay nadie en la estación, todo es álgido y silencioso en el andén. No puedo quedarme aquí, ya no pasara ningún tren de vuelta. No se que hago aquí, yo no quería salir aun del vagón.

Con calma subo los tramos de escaleras mecánicas paradas, ya está todo detenido en está desolada estación. Salgo a la calle, ni un alma se ve deambular por esta serena noche. Una suave y leve brisa coquetea con mi rostro, son como sus suaves acaricias que me regalaba cada noche.

Me pongo a caminar sin un destino claro, sin divisar un camino alguno delante de mí. Pero sin darme cuenta termino en el pequeño parque que está justo bajo su balcón de su nueva casa. Alzo mi nostálgica mirada, no hay luz en su ventana. Seguro que duerme, no quiero molestar, no quiero lamentar más errores en mi curriculum con ella aunque la añore hasta la muerte.

Gritaría su nombre al cielo azul de Madrid y con estás mis manos rompería esos muros que me apartan de ella. Ahora quiero subir a buscarla, quiero que mi cuerpo tiemble al verla de nuevo, que me quede sin respirar por que quiero acercarme para besarla, quiero emocionarme al sentirla a mi lado, quiero encontrarla y que ella me encuentres a mi. Deseo subir una vez más, acariciarla y hacerla el amor apasionadamente como nadie se lo ha hecho jamás. Quiero que me sienta dentro de ella, quiero ser el esclavo de sus hechizos. La amaría hasta el amanecer, dormiría abrazado a ella hasta el atardecer.

El motor de un coche cruzando cerca del parque me hace salir de mi letargo y me hace bajar a la cruda realidad. Estoy aquí, solo bajo su balcón haciendo el tonto mientras ella duermes en la cama que no hace mucho tiempo yo la amaba. No quiero ser vencido, no quiero abandonar a tener alguna esperanza de volver a ocupar su corazón, de volver a compartir la cama que juntos estrenamos.

Resignado y un silencio sepulcral voy calle abajo dejando tras de mí lo mejor de mi vida. En mi cuerpo me invade una extraña sensación que desde su balcón hay unos mágicos ojos azules que observan con lágrimas en su mirada como me alejo cabizbajo dejando atrás y entre tus pequeñas manos mi quebrado y frágil corazón.

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