Rey del Dolor

miércoles, 13 de abril de 2011

Mi extraño viaje


En el periódico del lunes vi, mientras leía las noticias locales, un extraño anuncio sin dirección alguna. No le di mayor importancia, aunque era curioso que no tuviera dirección.

Deje el periódico sobre la mesa de la cocina, me acerque a la ventana y miré a través de ella. El cielo estaba encapotado, y apenas se apreciaba la luz del sol, “hoy va a caer un buen chaparrón”. Pensé mientras apuraba mi café. De repente algo llamo mi atención, y sin sentido, Salí de casa y me puse a caminar, y en mi mente solo se repetía el mensaje que había leído en el periódico mientras desayunaba.

(Voluntarios para un viaje muy especial, convivir con la naturaleza en un gran y viejo barco de madera).

Cogí un taxi, le indique que fuera hacia el puerto, y el conductor sorprendido por mi ímpetu arranco a toda velocidad.

Sentado dentro el taxi, tenía la esperanza que hubiera alguna plaza libre y que no fuera un simple cuento, sin saber si era un deseo del corazón o un simple capricho del destino. Miraba a mí alrededor y solo veía gente caminar con prisas bajo el cielo gris que la ciudad se había levantado aquella mañana.

Pronto llegaríamos al puerto, y allí me esperaba un gran viaje. Un viaje de los que se recuerdan siempre. No se donde me podría llevar, al menos no era lo importante para mi, yo solo quería salir de esta monótona ciudad y de mi aburrida vida.

El taxi me dejo en la entrada del puerto, y empecé a caminar por los muelles buscando el barco de madera. Pregunte a toda persona que me cruzaba por ese barco pero nadie me supo decirme nada, incluso algunos ponían cara extraña al oír mis preguntas sobre tal barco.

Ya era tanta mi desesperación, y mi poca fe de encontrarlo cuando al final de los muelles, donde casi nadie trabajaba vislumbre un gran barco de madera anclado en el último muelle del puerto. Corrí hasta allí, con la esperanza de poder navegar en él.

Al llegar, había un anciano con blanca barba, y tras ella ocultaba un rostro arrugado y rudo de la mar. También observe que había toda especie de criatura hasta donde mi vista podía alcanzar.

- Detrás de este viaje hay algo más de lo que aparentemente puedes ver -. Me dijo el anciano con una voz muy rotunda.

Había recibido un mensaje que escucho por la radio, que había sido Dios quien se lo había enviado. Iba haber un gran diluvio y que el barco y él era nuestra única protección. Salvaría una pareja de cada animal, sin importar su tamaño o ferocidad. Navegaríamos por el intenso mar azul, sería durante largos años recorriendo cada lugar del mundo en ese viejo barco de madera.

Su mensaje no me dejo de sorprender, y mi ignorancia me hizo sonreír. Sus palabras, eran demasiado contundentes. Miraba a mí alrededor y solo veía animales de todas las clases. Leones, elefantes, toda clase de pájaros… pero yo aun solo me veía a mi.

Pregunte al anciano que cual era mi cometido y donde estaba mi pareja. Él de nuevo sonrió, y me dijo - Un ayudante para mi zoo necesito, y Dios te ha elegido a ti, tú solo podrás echarme una mano con todo, además eres el único que se ha presentado -.

Mi salvación era subir hacía la cubierta. Corrí lo más rápido que mis frágiles piernas podían hacerlo pero cuando llegue arriba el barco ya había zarpado y yo en el ya iba sin remedio por todos los mares del mundo.

El puerto se veía ya demasiado lejos, y la lluvia había empezado a caer, parecía que desde el cielo alguien con muy mala leche tiraba cubos llenos de agua helada hacía nuestro barco. Mi cabreo conmigo mismo era tremendo, me creí que sería un viaje de placer, y ahora trabajar lo que nunca trabajaría en vida.

Llovió durante cuarenta días con sus cuarenta noches. Yo nunca vi de esa forma llover, apenas se veía cuando era de día o de noche. La luz del sol no se vislumbro durante esos días. La angustia me invadía. Me pasaba todo el día cuidando de los animales. Era esclavo en un gran zoo flotante, donde el viejo apenas hacia nada. Él estaba en su fantasía y yo solo podía sobrevivir dentro de mi mundo.

El barco era demasiado grande, pero tan seguro como cualquier casa, tan seguro que nacemos de nuestra madre, tan fría como un mes de noviembre. No quería estar allí, algún día se que perdería la cabeza y podría matar al anciano y con él cada animal con su pareja.

Una mañana, los primeros rayos del sol del amanecer me despertaron. Abrí los ojos y un sentimiento de emoción invadió mi alma. Corrí como nunca lo hice antes, y subí hacía la cubierta. Ya no llovía, y el sol era nuestra nueva compañera de viaje.

Desde ese día, mi única aspiración era salir de allí. Después de varios días sin llover pregunte al viejo que cual era ahora nuestro propósito, y él solo sabía sonreír sin contestar a ninguna de mis preguntas. Buscaba desesperado encontrar tierra, pero al parecer todo estaba inundado por el agua que había caído.

Cogí, sin pensarlo, una paloma, la quise echar a volar. El anciano no quiso por ser su favorita, pero tarde ya, la paloma por el aire ya volaba y en su pico llevaba una ramita, mi ramita de la esperanza de encontrar tierra firme. Recé por si hubiera algún Dios, que de ella y de mi piedad tuviera.

La paloma tardo varios días en regresar, y la ramita no llevaba. Sabía que poco tiempo me quedaba ella en ese angustioso infierno.

Pero creía soñar cuando vi una pequeña isla no muy lejos de donde navegábamos. Corrí hacía el viejo para que girase hacía ella. El se negó – Escasa es la isla para todos los animales -.

Eche un vistazo con el catalejo y allí vi a la mujer de mis sueños. - Pero es perfecta para mí -. Dije y sin pensar a la mar me tire.